Se la pasó una hora buscando el calcetín rojo. Era increíble que no se hubiera dado cuenta antes. Cuando entró en la lavandería, estaba en modo automático. Meter la ropa, esperar el lavado y volver a su apartamento, tirar la ropa en la cesta y doblarla en la noche. Fue a estas horas que se dio cuenta que la prenda de vestir había desaparecido; bajó de inmediato a la lavandería conjunta del apartamento donde vivía. Una parte de ella sabía que era un caso perdido, pero quería creer que nadie sería capaz de robarse un méndigo calcetín, que tenía un color feo, sobre todo.
La razón por la que María los conservaba
era porque habían sido un regalo de su abuela el año pasado, un mes antes que
ella pareciera y aunque en esos momentos tuvo que disimular su disgusto por una
prenda de tan horrible color, cuando se enteró de la devastadora noticia
apreció el regalo con mucho cariño. Ahora no creía lo descuidada que había
sido, culpa del horroroso día de trabajo de hoy. Una clienta gritando que la
comida no estaba a la temperatura deseada, un niño maleducado llorando porque
quería un refresco gratis, su jefe regañándola por algo que no era su culpa,
todos los problemas se acumularon de la nada.
Estaba a punto de gritar por la
frustración que sentía, cuando sintió por las escaleras aproximarse a alguien.
Era Arturo, el chico de al frente. Se había fijado en él desde que llegó al
edificio hace un par de meses, pero por su timidez no había intentado nada.
Antes de poder hacer el ridículo, se dio la vuelta para marcharse, expresando
un tímido saludo entre el camino a las escaleras.
–Fui a tu
apartamento hace rato, antes de venir acá, pero me extrañó ver que no estabas.
¿Acaso estaba
soñando que él le estuviera hablando?
–Encontré algo que
creo te pertenece –continuó el muchacho y le extendió el condenado calcetín que
anduvo buscando todo ese tiempo.
No sabía que era más vergonzoso: el hecho
de que le joven pensara que ella usaba ese estilo de ropa o el hecho de que no
pudiera pronunciar un simple gracias porque las palabras se le trababan a media
garganta. Inclinó la cabeza sin emitir sonido alguno y agarró la prenda para
salir corriendo de ahí. Mostrando una torpe sonrisa en respuesta a la cálida
expresión que él le brindaba. Su día no podía empeorar, lo único bueno era que
había encontrado la media roja.
Apresuró el paso para por fin largarse de
la lavandería cuando le escuchó decir algo más.
–Oye, ¿estás libre
el viernes? Hay un nuevo restaurante en la esquina y me gustaría llevarte.
Se quedó estática
unos segundos y, antes de que él pudiera malinterpretar la situación intervino.
–Seguro. Me
encantaría.
Si con una sonrisa se derretía, no quería
imaginar los nervios que sentiría al tenerlo en una cita. Evitando que el rubor
se le esparciera en toda la cara, se retiró, sosteniendo con fuerza el calcetín
que yacía en sus manos.
Si hubiera sabido que para conseguir una cita con el chico que le gustaba tenía que perder el calcetín, lo hubiera hecho hace tiempo.
Link del reto: https://www.literautas.com/es/blog/post-392/ejercicios-de-escritura-el-calcetin-rojo/
Comentarios
Publicar un comentario