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Reto de escritura: Literautas. Ejercicio 6. Los siete pecados capitales.

 Para muchas personas era lo peor; lo consideraban algo detestable, desdeñable y juzgaban a cualquiera que diera rienda suelta a ese sentimiento. Por otro lado, para él era liberador. Dejarse llevar por sus impulsos, no reservar nada, a través de patadas y golpes liberar esas emociones acumuladas. Lo mejor del todo, era que nadie lo podía juzgar, por más daño que hiciese.

Desde muy joven, se había dado cuenta que no era como lo demás. A la mayoría se les enseñaba a respetar a los demás, a entender que todos tienen límites y que no podía conseguir todo lo que deseara por muchos berrinches que hiciera. Claro que, comprendió que solo era cuestión de tiempo hasta que o sus padres o él se rindieran. Ganó la batalla. Desde ese momento, nadie le negaba nada en ningún lado.

Claro que la soledad se volvió su eterna compañera, la única que lo siguió hasta el fin del mundo. Nadie confiaba en él y poco a poco ese resentimiento hacia la gente de su propia zona fue creciendo. Es verdad que era más fuerte que sus compañeros, más astuto que sus compañeros y más listo que sus padres, pero eso no significaba que no le dolía su indiferencia. Habían descubierto una manera de hacerle daño, ignorándolo. Así el último año de secundaria se volvió el peor, porque todos de quienes habían abusado se volvieron de su tamaño o más grande, los profesores conocieron sus tácticas y su familia no dejaba de contar los días hasta que cumpliera dieciocho. Las heridas que le ocasionaron fueron peor del daño físico que él alguna vez provocó. El día que abandonó el lugar, nadie le lloró, no fueron a despedirse, ni sus progenitores voltearon a verlo. Juró volver y vengarse de todos.

No fue nada complicado ganarse un nombre dentro de las fuerzas policiacas; era joven, vivaz y una nueva identidad que no podía perseguirle su pasado. Fue el estudiante más destacado durante su entrenamiento, fue el mejor cadete una vez que salió al campo y el mejor policía que el condado alguna vez hubiera visto. La mejor parte, desde el primer día le dejaron salirse con la suya. La furia acumulada por años se descargaba en los maleantes que habitaban las calles, no le tomó mucho tiempo entender que a nadie les importaban y podía hacer y deshacer de ellos cuantas veces quisiese.

No le tomó mucho tiempo volverse el favorito de los superiores, después de todo cumplía su trabajo. A nadie le importaba sus métodos. Cuando le dijeron que escogiera la ciudad donde dirigiría su propio departamento, no le tomó mucho tiempo señalar en el mapa donde. Y su venganza, su dulce venganza, estaba servida. Para las cámaras, la prensa, las autoridades, era quien protegía a los débiles, aseguraba tranquilidad. Pero cuando los reflectores se apagaban, se mostraba su verdadero ser. Un monstruo. Patrullaba las calles con vara de hierro, gritos y arrebatos de cólera lo caracterizaban. Denostaba su fastidio ante la comunidad que una vez le dio la espalda. No era tan difícil ocultar evidencia, la mayoría de los jóvenes se habían consumido en el mundo de las drogas por lo que su trabajo era más divertido.

Golpear, apuñalar, gritar, lastimar, todo eso era su terapia porque hace varios años había aceptado que la ira sería su mejor amiga.

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