Para muchas personas era lo peor; lo consideraban algo detestable, desdeñable y juzgaban a cualquiera que diera rienda suelta a ese sentimiento. Por otro lado, para él era liberador. Dejarse llevar por sus impulsos, no reservar nada, a través de patadas y golpes liberar esas emociones acumuladas. Lo mejor del todo, era que nadie lo podía juzgar, por más daño que hiciese.
Desde muy joven, se había dado cuenta que
no era como lo demás. A la mayoría se les enseñaba a respetar a los demás, a
entender que todos tienen límites y que no podía conseguir todo lo que deseara
por muchos berrinches que hiciera. Claro que, comprendió que solo era cuestión
de tiempo hasta que o sus padres o él se rindieran. Ganó la batalla. Desde ese
momento, nadie le negaba nada en ningún lado.
Claro que la soledad se volvió su
eterna compañera, la única que lo siguió hasta el fin del mundo. Nadie confiaba
en él y poco a poco ese resentimiento hacia la gente de su propia zona
fue creciendo. Es verdad que era más fuerte que sus compañeros, más astuto que
sus compañeros y más listo que sus padres, pero eso no significaba que no le dolía
su indiferencia. Habían descubierto una manera de hacerle daño,
ignorándolo. Así el último año de secundaria se volvió el peor, porque todos de
quienes habían abusado se volvieron de su tamaño o más grande, los profesores
conocieron sus tácticas y su familia no dejaba de contar los días hasta que
cumpliera dieciocho. Las heridas que le ocasionaron fueron peor del daño
físico que él alguna vez provocó. El día que abandonó el lugar, nadie le
lloró, no fueron a despedirse, ni sus progenitores voltearon a verlo. Juró
volver y vengarse de todos.
No fue nada complicado ganarse un nombre
dentro de las fuerzas policiacas; era joven, vivaz y una nueva identidad que no
podía perseguirle su pasado. Fue el estudiante más destacado durante su
entrenamiento, fue el mejor cadete una vez que salió al campo y el mejor
policía que el condado alguna vez hubiera visto. La mejor parte, desde el
primer día le dejaron salirse con la suya. La furia acumulada por años
se descargaba en los maleantes que habitaban las calles, no le tomó mucho
tiempo entender que a nadie les importaban y podía hacer y deshacer de ellos
cuantas veces quisiese.
No le tomó mucho tiempo volverse el
favorito de los superiores, después de todo cumplía su trabajo. A nadie le
importaba sus métodos. Cuando le dijeron que escogiera la ciudad donde
dirigiría su propio departamento, no le tomó mucho tiempo señalar en el mapa
donde. Y su venganza, su dulce venganza, estaba servida. Para las cámaras, la
prensa, las autoridades, era quien protegía a los débiles, aseguraba
tranquilidad. Pero cuando los reflectores se apagaban, se mostraba su verdadero
ser. Un monstruo. Patrullaba las calles con vara de hierro, gritos y
arrebatos de cólera lo caracterizaban. Denostaba su fastidio ante
la comunidad que una vez le dio la espalda. No era tan difícil ocultar
evidencia, la mayoría de los jóvenes se habían consumido en el mundo de las
drogas por lo que su trabajo era más divertido.
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