Carla rodó los ojos mientras seguía masticando, la discusión ya había tomado demasiado tiempo y ninguna de las dos partes quería ceder. Era un tema bastante tonto, a su parecer, para ella importaba poco el lugar donde educar a un niño, este demostraría ser buen estudiante así fuera a una escuela pública o privada. Todo demostraba que las partes afectadas pensaban diferente.
Había
comenzado con una pregunta sencilla: “¿Cómo le va al pequeño Pedro en su nueva
escuela?”, seguido de “Miranda lo extraña bastante” y una pobre niña
avergonzada por el comentario que hizo su madre. La otra pareja, a la defensiva
desde el principio, aseguró que al niño le iba de maravilla, e insinuando que
dicha escuela era mejor y no tenían que pagar cantidades exorbitantes por lo
que recibían. Ronnie le había dicho que el señor este se había quedado sin
trabajo hace un par de meses, pero, en pos de mantener las apariencias, daban a
entender que no les afectaba el cambio de estilo de vida que presenciaban.
Pobres
tontos, pensaba Carla, como si el dinero definiera a las personas. Ni Ron, ni
su cuñada Flor les importaban este tipo de situaciones, era algo que le
encantaba de ambos. Era el esposo de ella, Armando, el que se enojaba a la
ligera mención de que los lujos que se permitía a él y su familia fueran
innecesarios. Ella lo había aprendido la segunda vez que interactuaron, cuando
le sugirió que un viaje a las Bahamas para aquellas vacaciones parecía un poco
excesivo. Con dos años de conocerlo, sabía que ese tipo de temas le enfurecían.
Y
agregarle un par de superficiales que pensaban exactamente como él, pero que la
suerte no había sido tan favorable con ellos, era una receta perfecta para el
desastre. Fue cuando Mario Y Armando se alzaron la voz mutuamente que entendió
que la cena estaba oficialmente cancelada. Ana tomó a su hijo y se retiró de la
mesa, con su esposo enardecido siguiéndola. Armando rogando que no volvieran
más a su casa y Ron, tratando de agarrar más pollo para su plato.
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