Camilo estaba contento porque sentía que hoy era su día de suerte. Se había levantado temprano para ir al banco y después acompañar a su novia Sara a la universidad a observar su simposio. Se puso feliz cuando vio que sólo había delante tres personas, por lo que el trámite no le tomaría mucho tiempo.
“¡Manos arriba!”
Una vez que Camilo escuchó el estruendo en la entrada del
edificio y los gritos de los demás clientes, supo que hoy sería un desastre.
Dos tipos enormes se acercaron a la fila y, con arma en mano, amenazaron tanto
al personal como a los clientes. Uno de ellos los despojaba de sus
pertenencias, mientras el otro se acercaba a la ventanilla de los empleados. La
mujer que estaba antes que él, suplicaba que no la lastimaran, que tenía hijos
que la esperaban. El atracador le gritó que se callara y después le golpeó con
la culata de la pistola. Eso asustó más a los presentes. Llantos, ruegos, la
angustia era latente por todo el lugar.
Camilo cerró los ojos y empezó a rezar. Lo que había
empezado como una simple nimiedad, escaló en una situación extenuante que
estaba seguro no olvidaría en bastante tiempo. Agradecía que su novia no lo
estuviera acompañando. Con los ojos cerrados le rogaba a Dios que le permitiese
verla una vez más. Salió de su trance cuando escuchó a el ladrón gritarle que
le diera sus cosas. Una vez que le quitaron sus objetos de valor, se acercó a
los demás varones que estaban auxiliando a la mujer, tenía que hacer algo para
distraer su mente.
Por otro lado, el ladrón de la ventanilla vociferaba que
le entregaran de inmediato el dinero de la caja. Las dos cajeras se movían lo
más rápido que podían. De la presión una de ellas tiró al suelo un fajo de billetes.
El pillo, con furia, arremetió con su arma al cristal de la ventanilla
formándole una ruptura. Las muchachas lloraban desconsoladas mientras
retrocedían al ver la mano del tipo golpeando con más fuerza el cristal.
Camilo veía por todos lados alguna manera de conseguir
ayuda o inmovilizar a los ladrones. Le llamó la atención ver al gerente inmóvil
en la esquina la ventanilla; tenía ganas de gritarle al gerente que llamara a
la policía, estuvo así desde el momento que el ladrón se acercó al lugar, como
si estuviera analizando algo. ¡Momento perfecto!, pensó el joven. Perder
el tiempo en una situación así era lo peor que a alguien se le pudiese ocurrir.
Sin embargo, lo que ocurrió después, hizo que el ratero
detuviera sus acciones de golpe.
“¿Ben? ¿En verdad eres tú”
El mencionado arqueó una ceja al escuchar su nombre,
mientras que su compañero se acercaba enojado hacia él.
“No me reconoces, ¿verdad? Soy yo, Pablo. Fuimos juntos
al instituto.”
“Rayos…” fue lo que el tal Ben alcanzó a decir.
“Pero ¡¿qué significa esto?! ¡El imbécil nos va a
delatar!” reclamó el otro maleante.
“¡Cállate!” Ben dirigió su mirada al gerente. “Es
desafortunado que nos volvamos a encontrar en estas circunstancias, sabes que
no puedo dejar que abras la boca”
“Tranquilo, Ben, tranquilo. Escucha, soy yo el único que
puede delatarte. Por favor, piénsalo un poco y deja ir a estas personas. Me
puedo quedar yo, ¿qué piensas?”
Camilo sentía que esto sería como en esas películas de
acción que su hermano solía ver, donde el héroe convence a los malos de que se
arrepintiesen y todos salen ilesos. Deseaba que eso sucediera pronto.
“No le creas! Todos escucharon tu nombre, si le haces
caso, estás solo en esto.” La desesperación del otro compañero se estaba
haciendo visible.
“¡Cierra la boca de una maldita vez! Ve a hacer algo útil
y diles a todos que se reúnan en un círculo.”
“Ya escucharon a ‘Ben’. ¡Muévanse al centro!”
Todos obedecieron. Las mujeres lloraban sin cesar,
incluso el joven vio que uno de los clientes varones estaba echando un par de
lágrimas. Observaba esperanzado al señor gerente si podía convencer a su
conocido de dejarlos libres una vez más. Pablo sintió el temor de los presentes
y quiso intentarlo.
“Amigo, escucha, sé que es difícil de creer, pero confía
en mí. No diré nada. Deja libre a los demás”
“La vida es graciosa, ¿no te parece? Fuiste tú el que me
enseñaste a robar los exámenes de la profesora y ahora, solo porque tienes
dinero no creas que puedes ser un moralista.”
“No pretendo serlo, solo quiero que las personas no
sufran más. Tu compañero golpeó a esta pobre mujer.”
“La tipa se lo merecía, no se callaba con nada.”
El joven no entendía el porqué de esta conversación
innecesaria, eso hasta que observó la mano de Pablo moverse en su bolsillo. Se
notaba que estaba apretando un botón. Todos miraron consternados una puerta
abrirse en una esquina.
“Te pido de favor, deja ir a estas personas. Sé que la
vida no ha sido justa contigo y hemos tomado caminos diferentes, pero no tiene
que terminar así. Sólo déjalos ir.”
Ben miró al gerente por unos segundos y luego al público,
todos expectantes por su reacción.
“¡Maldición, no tengo tiempo para esto”
El sonido de la bala fue acompañado por los gritos de las
trabajadoras que veían cómo su jefe caía al suelo con un chorro de sangre
desbordando por su cabeza. La clienta lloraba desesperada y los varones le
reclamaban al ladrón. Camilo se mantuvo inerte viendo el cuerpo caer frente a
él.
Ben sólo atinó a quitar el brazo de su compañero y tirar
su arma al suelo. Dudó, lo sabía, y no reaccionó a tiempo para que el otro
arremetiera contra Pablo. Esbozó gritos enardecidos hacia el otro hombre y del
coraje le propinó un golpe en la nariz. Las personas seguían gritando o
llorando, pero él solo se concentraba en lastimar al malhechor.
Tan concentrado estaba en su labor que no se percató
cuando las sirenas de los carros de policías llegaron al edificio. Los clientes
y trabajadores corrieron despavoridos, aprovechando la oportunidad de que los
ladrones estaban atacándose entre sí. Una vez que los dos se dieron cuenta de
la presencia policíaca ya era demasiado tarde. Los oficiales pudieron
atraparlos e inmovilizarlos.
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