"Pero el niño nunca volvió a querer con tanto ahínco el pecho de la madre, y, así, incluso aquella pequeña satisfacción le fue quitada." La Madre. (Pearl S. Buck)
"Ah,
ella terminó reconociendo que por lo general su conducta impulsiva estaba
precedida por una sensación de insensibilidad o vacío". Desde el diván
(Irvin D. Yalom)
"Media
hora después entró al baño, y el espejo le rectificó su borrachera".
Cuentos para monstruos (Santiago Pedraza)
María regresaba aturdida a su casa, tambaleando para no
chocar con las cosas de la habitación a oscuras. Todo en su cabeza daba vueltas
y su visión estaba borrosa, el único sonido que retumbaba entre el silencio era
su risilla traviesa. Se recostó en el sillón para intentar apaciguar el huracán
de emociones que estaba sintiendo. A punto de cerrar los ojos, sintió unas
manos que viajaban desde sus piernas hasta reposar en sus caderas. Dichas manos
colocaron sus extremidades inferiores encima de unos hombros masculinos. La
parte racional de ella quería gritarle al desconocido que la soltase de
inmediato, sin embargo, la parte inhibida por el alcohol hizo que emitiera
ruegos de que continuara con la faena que ambos habían comenzado. No supo en
qué momento perdió la conciencia.
Al despertar todo le molestaba, los rayos del sol, el
ruido de los carros, las voces de los niños en la calle. Quería gritar a todos
que se callaran, pero mantuvo los ojos cerrados hasta que el dolor de cabeza
desapareciera. Media hora después entró al baño, y el espejo le rectificó su
borrachera de la noche anterior. Se mojó la cara intentando disimular su mal
estado, pero las ojeras la delataban. Después de un rato salió del lugar por
algo de café. Divisó un papel arrugado en el sillón, lo tomó y fue camino a la
cocina.
"Anoche fue increíble. Espero que lo volvamos a
repetir”.
Menudo imbécil, fue lo único que ella pensó tirando la
nota al basurero. No era la primea vez
que esto sucedía, de hecho, lo interesante era cuando no sucedía. Algunos se
iban de inmediato, otros esperaban hasta la mañana y había hasta quienes se
quedaban a desayunar. Ella los echaba a patadas. Debían entender que era una
situación del momento, así era como funcionaba desde hace tiempo y así quedaría
hasta un futuro incierto.
Había días en que sentía la mujer más poderosa del mundo;
otros, como hoy, se sentía como la más despreciable, la que no podía mantener
las piernas cerradas, la fácil, regalada y sinfín de comentarios que había
recibido a lo largo de los años.
Todo comenzó desde años atrás, cortesía de los abusos
proporcionados por su padre. Muchas veces se metió en problemas en la escuela
porque no soportaba oír a sus compañeros expresar odio hacia sus padres por
cosas tan banales como no dejarles salir el fin de semana, no comprarles el
artículo que deseasen y demás. Si supieran lo que es un verdadero mal padre, no
fueran tan imbéciles, razonaba. Pero nadie le entendió, solo le temieron. La
peor parte se la llevó su hermanito, el viejo pervertido lo había escogido como
su favorito una vez cumplió los seis años y aunque ella ya podía dormir en las
noches, el sueño le acompañó máximo dos semanas. Las demás noches se la pasaba
consolando a su hermanito.
Su desgraciada madre no hacía nada más que guardar silencio
ante las atrocidades, una de las más frustrantes para ella fue cuando la mujer
se negó a darle peco al niño por más tiempo. Era el único que el infante
encontraba en esa casa de locos, y no duró mucho. Pero el niño nunca volvió a
querer con tanto ahínco el pecho de la madre, y, así, incluso aquella pequeña
satisfacción le fue quitada. No era de sorprenderse que el muchacho se quitara
la vida a la primera oportunidad que tuvo a los doce años, eso no significaba
que no le doliera y aún hasta ahora le siguiera doliendo.
Ella jamás tomó esa decisión porque soñaba con el día de
liberarse del yugo paternal que por tantos años la había asediado, y fue hasta
los quince que logró esa meta. Sin embargo, el miedo, vacío e incertidumbre
hicieron que se refugiara en lo único que le habían enseñado era su vía de
escape: el sexo. Ella terminó reconociendo que por lo general su conducta
impulsiva estaba precedida por una sensación de insensibilidad o vacío. Y que
así seguiría hasta que los asquerosos que la acompañaban en las noches dejaran
de hechizarse por su encanto, hasta que su rostro mostrara signos de
envejecimiento o hasta que alguna enfermedad le arrebatara la vida. Era su
estilo, lo había escogido y nada le haría cambiar de opinión.
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