Cuando entró se dio cuenta que había una manzana sobre la mesa, creía que esas costumbres habían pasado de moda. Para ser su primer día de trabajo como maestra en la escuela no le estaba yendo tan mal como había pensado. Todos eran amables y atentos con ella, ningún niño le había causado problemas y sus compañeros de trabajo la trataban con respeto. Y ahí era donde radicaba el problema.
Quienes estaban a su alrededor le habían advertido
que no se dejara dominar por esos sentimientos, que el mundo no estaba en su
contra, pero ella no podía evitar sentirse así. Sentía que la observaban todo
el tiempo, esa amabilidad y atención eran parte de un plan de quienes querían
secuestrarla y quitarle cualquier clase de información que tuviera en su mente.
Desde muy pequeña se había sentido de esa forma, sus padres le dijeron que
ignorara esos pensamientos y que se comportara de una manera más “normal”.
Hasta ahora de adulta, lograba entender qué quisieron decir con aquello.
Terminando la jornada fue hacia su
escritorio para tomar las pastillas, eran las únicas que mantenían las voces
calladas. Las voces... esas también la acompañaron desde pequeñita. Fueron
quienes le dijeron que su pajarito sobreviviría si lo echaba a la tina del
baño, que su cachorro se alegraría si lo abrazaba con fuerza por el cuello, que
Brittany merecía el empujón por la resbaladera que le dejó el brazo roto cuando
estudiaron juntas en el kínder. Y aún hasta el día de hoy le siguen diciendo
que debería deshacerse de quienes le siguen mirando con desprecio a pesar de
que le muestren una sonrisa. Cerró los ojos y decidió volver a casa, mañana
sería un nuevo día.
Y fue un día bastante sorpresivo, su jefe
le había rechazado su propuesta para el currículo escolar, los compañeros la
miraban con decepción cuando vieron las pastillas en su bolso y dos de sus
estudiantes se metieron en una extraña pelea y burla hacia su persona delante
de toda la clase. Estaba cansada y triste porque, una vez más, las voces en su
cabeza tenían razón. Todo mundo estaba en su contra y cada vez que ellos
ganaban, ella tenía que hacer lo que le pedían. Sin pensarlo, cacheteó al niño
enfrente de la clase quienes miraron atemorizados lo ocurrido, con un grito les
mandó a sentarse y continuó con su enseñanza. Esa misma tarde recibió un
llamado de atención en la oficina del director. Los padres del estudiante le
reclamaban furiosos su proceder, ella no escuchaba, solo veía alguna manera de
que todos le dejaran de hablar por una vez. Tomó el bolígrafo que estaba en el
escritorio y le clavó la punta en el cuello de su jefe. Los presentes gritaron
aterrorizados, ella ahora sonreía. Por fin las voces se callaron. Y en ese
momento despertó. Suspiró aliviada al percatarse que todo había sido un sueño,
volvió a recostarse en su almohada y dormir con tranquilidad.
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