Querido, hermano.
Ha sido demasiado difícil para mí escribir
estas palabras y aunque sé que no hay manera de que recibas esta carta, es mi
manera de despedirme de ti. Mamá y yo estamos destrozadas. De saber que eso
sucedería, hubiéramos hecho los arreglos para visitarla cuando tú podías y no
cuando yo te pedí que cambiaras la fecha. Varios periódicos han hablado de tu
caso, pero no he querido leerlos, ¿sabes? Quiero creer que durante tus últimos
días mantuviste la esperanza de volver a vernos, sé que eras fuerte y luchaste
hasta el final. A pesar de lo que ha pasado, seguirás siendo mi héroe.
Recuerdo todas las veces que me has
protegido o salvado de algo. Como cuando éramos niños, le diste una golpiza a
Martín por decirme “gorda matosa”. Me da risa que el que terminó con una
suspensión fuiste tú. O, de joven, cuando nadie quiso ser mi compañero de baile
y tú fuiste a otras escuelas a buscarme pareja. Siempre has estado ahí para mí
y me duele tanto saber que ya no estarás.
No quiero extenderme más porque acabaré
llorando y ensuciando y el papel y tantas palabras no entrarán luego en la
botella. Sólo me basta decir que te amo demasiado, y te extrañaré toda la vida,
hermano mío.
Con cariño.
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