Para Torres estas amenazas no eran novedad, y como era costumbre siempre le había ido bien ignorándolas porque nunca alguien las había cumplido. Conocido por ser uno de los periodistas más honestos del pueblo parecía invencible, que no le temía a nada. La realidad era bastante diferente, no porque tuviera miedo sino porque no era tan recto como la gente pensaba. Los años y los golpes de la vida le habían demostrado que la honradez era una virtud para débiles y que aquí se triunfaba aplastando a otros. Muchos pregonan la importancia de las buenas virtudes, sin embargo, nunca están dispuestos a recibir las consecuencias por ser los buenos. Aunque él tampoco le gustaba ese papel, lo había aceptado porque el prestigio que acarreaba eran recompensas irresistibles para cualquiera. Aceptaba casos que requirieran de bastante dinero, cosas que fueran fáciles de descubrir y si se hacían difíciles de algún modo, tenía diversos contactos que le ayudarían en el asunto. Todo fue distinto el día que
Cuando entró se dio cuenta que había una manzana sobre la mesa, creía que esas costumbres habían pasado de moda. Para ser su primer día de trabajo como maestra en la escuela no le estaba yendo tan mal como había pensado. Todos eran amables y atentos con ella, ningún niño le había causado problemas y sus compañeros de trabajo la trataban con respeto. Y ahí era donde radicaba el problema. Quienes estaban a su alrededor le habían advertido que no se dejara dominar por esos sentimientos, que el mundo no estaba en su contra, pero ella no podía evitar sentirse así. Sentía que la observaban todo el tiempo, esa amabilidad y atención eran parte de un plan de quienes querían secuestrarla y quitarle cualquier clase de información que tuviera en su mente. Desde muy pequeña se había sentido de esa forma, sus padres le dijeron que ignorara esos pensamientos y que se comportara de una manera más “normal”. Hasta ahora de adulta, lograba entender qué quisieron decir con aquello. Terminando la jor