Para Torres estas amenazas no eran novedad, y como era costumbre siempre le había ido bien ignorándolas porque nunca alguien las había cumplido. Conocido por ser uno de los periodistas más honestos del pueblo parecía invencible, que no le temía a nada. La realidad era bastante diferente, no porque tuviera miedo sino porque no era tan recto como la gente pensaba. Los años y los golpes de la vida le habían demostrado que la honradez era una virtud para débiles y que aquí se triunfaba aplastando a otros. Muchos pregonan la importancia de las buenas virtudes, sin embargo, nunca están dispuestos a recibir las consecuencias por ser los buenos. Aunque él tampoco le gustaba ese papel, lo había aceptado porque el prestigio que acarreaba eran recompensas irresistibles para cualquiera. Aceptaba casos que requirieran de bastante dinero, cosas que fueran fáciles de descubrir y si se hacían difíciles de algún modo, tenía diversos contactos que le ayudarían en el asunto. Todo fue distinto el día que